jueves, 5 de marzo de 2009

El primer desarrollo emocional



E. Fromm

La primera infancia




«Yo –comentaba Silvia, una de esas madres que saben reconocer sus errores y aprender de ellos– le di a mi primer hijo todo lo que se le antojaba.




»Al más mínimo lloro, yo acudía corriendo. Ahora, a los cuatro años, es un pequeño tirano, y creo que eso se ha convertido en parte de su carácter, y me está costando cambiarlo, es tremendo. Es de esos niños que chascan los dedos y todo el mundo tiene que prestarles atención.



»Con mi siguiente hija, que ya tiene casi dos años, aprendí la lección, y ya no me precipitaba a su lado, como con el mayor. He intentado que desde el principio comprenda que no puede manejarnos a todos a su capricho. Quiero que aprenda a pensar más en los demás, que vea por ejemplo que no debo ir recogiendo como una tonta todo lo que ella tira. Quiero que aprenda a ser paciente, a desarrollar un mínimo de orden, de autocontrol. Y estoy bastante satisfecha de la diferencia de resultados.»


A veces puede parecer que los niños de pocos meses son seres de muy poca consciencia. Sin embargo, si se les observa atentamente, como supo hacer aquella madre, pronto se comprueba que desde los primeros meses el niño desarrolla su capacidad dominar la tensión que el acontecer ordinario de la vida le produce. El bebé ha de controlar los movimientos espontáneos para construir su comportamiento voluntario. Y la educación que reciba (porque a esas edades puede y debe haber ya una educación) ayudará o estorbará extraordinariamente en esa importante tarea.


Si se satisfacen siempre todos sus antojos, se le impedirá desarrollar su capacidad de resistir el impulso y tolerar la frustración, y su carácter será egocéntrico y arrogante.



—Tampoco se trata de negarle casi todo para que desarrolle más esas capacidades, supongo.



No, porque eso fomentaría la decepción crónica, un sentimiento de permanente insatisfacción y un carácter desconfiado, escéptico o malhumorado.



La mirada del niño es mucho más escudriñadora y despierta de lo que parece. Va configurando impresiones diversas sobre cómo funciona el mundo. Establece un diálogo minucioso y continuo con las personas que le rodean. Un diálogo que no es sólo de palabras, sino también de imitaciones, de búsquedas de aprobación, y de asimilación de gestos que observa. Y en esa sustanciosa interacción, se va configurando su memoria afectiva personal. Se hace una idea de qué, cuánto y cómo debe sentir ante cada tipo de suceso.



Ese continuo goteo de experiencias afectivas va formando en él, de modo casi inadvertido, leyes por las que en lo sucesivo interpretará cómo debe ser su reacción y su estado de humor ante cada cosa. Se trata de un lento proceso que influye en su evolución afectiva, y también en el desarrollo de su inteligencia.



—¿Cómo pueden influir los afectos en el desarrollo de la inteligencia?


Piensa, por ejemplo, en la influencia de la motivación. Si es alta, y hay por tanto ilusión por aprender cosas y desarrollar sus destrezas y capacidades, la inteligencia irá rindiendo cada vez más. Por el contrario, una baja motivación dejará infecundos multitud de talentos personales.


El desarrollo de la inteligencia está muy ligado a la educación de los sentimientos.


En esos años se va constituyendo su sistema motivacional, por el que, ante algo nuevo, se sentirá incitado a explorarlo, o, por el contrario, a rehuirlo. Una correcta educación ha de proporcionar la seguridad y el apoyo afectivo necesarios para esos sucesivos encuentros con el lenguaje, con las tradiciones de la familia, los compañeros de colegio, la naturaleza, la cultura, con valores de todo orden. Según sea la calidad y cantidad de esos encuentros, así será el desarrollo de su espíritu.


Formación del estilo sentimental





—¿Y cómo se proporciona esa seguridad, que parece tan importante para la motivación?



La sensación de sentirse seguro se apoya mucho en la sensación de sentirse querido (que, como es obvio, nada tiene que ver con estar mimado). Los niños privados de afecto (es fácil observar casos extremos, por ejemplo, en los internados de niños confiados al cuidado del Estado) suelen presentar un desarrollo afectivo anómalo y difícil, lo que demuestra, entre otras cosas, que la educación emocional de los primeros años ejerce un influjo decisivo.


Es fundamental el papel de la familia como ámbito donde uno es querido con independencia de su valía o sus aptitudes.


Un frecuente rechazo afectivo, o un estilo educativo asediante, imprevisible o hipercontrolador, disminuirá la capacidad del chico de dominar sus miedos y sus problemas. Lo mismo podría decirse de esos padres excesivamente obsequiosos y dependientes, que no permiten que su hijo se separe de ellos, y remueven los sentimientos del chico en un triste chantaje afectivo que suele enmascarar una actitud egoísta, dominante y posesiva.


Todas esas situaciones, sobre todo si son intensas y prolongadas, influyen en el estilo sentimental del niño, y configuran esquemas mentales que quedan en las capas más profundas de su memoria y forman parte del núcleo de su personalidad.



—Hablas bastante de la memoria. ¿Te parece muy importante para configurar el estilo sentimental?


Tiene importancia, aunque muchas veces su efecto pase casi inadvertido. Hay muchas cosas que nos parece haber olvidado, pero en realidad no las hemos perdido del todo, sino que están como latentes en nuestra memoria. Por ejemplo, todos tenemos experiencia de cómo a veces nos vienen viejos recuerdos –incluso simplemente con ocasión de un olor, o un sonido, o un gesto, o una situación–, y esos recuerdos reviven en nosotros sentimientos que en la memoria teníamos asociados a ellos.



Este efecto a veces se produce de forma poco consciente, pero no por eso deja de influirnos. Por ejemplo, una persona puede haber tomado miedo a los perros porque en su infancia fue atacada por un perro; o a los coches con motivo de un lejano accidente de tráfico; y puede sentir miedo cada vez que vea un perro o cada vez que suba a un coche, porque, aunque no siempre vengan expresamente a su memoria aquellos recuerdos, sí reviven los sentimientos asociados a ellos.



Desarrollo del sentido de autonomía



Al finalizar el primer año de vida, comienza un periodo de gran actividad. El niño aprende a andar y aprende a hablar: dos gigantescas ampliaciones de su mundo. Muchos autores ven en este periodo una decisiva influencia en la transformación afectiva de la personalidad del pequeño.


El niño hace una entrada gloriosa en su segundo año de vida. Se encuentra exaltado y alegre, despliega una actividad infatigable, explora su entorno, lo manipula y lo maneja, y desarrolla inevitablemente la conciencia de su autonomía. Comprende ya mucho mejor los sentimientos ajenos y empieza a obtener claves emocionales de las expresiones de sus padres y hermanos. Todavía tiende a comportarse como observador, sin tratar, por ejemplo, de prestar consuelo a una persona afligida. Esto cambia enseguida, y al año y medio o dos años es fácil que sí lo haga, aunque, como contrapartida, también aprende a chinchar y a disfrutar saltándose las prohibiciones, tanteando hasta dónde puede infringir las reglas establecidas en la casa o el preescolar.


A los dos años, aparecen otros sentimientos en los que intervienen más las normas y el juicio sobre el comportamiento propio y ajeno. Descubre el sentido de la responsabilidad y entran más en su vida las miradas ajenas. Frases como ¡Mira lo que hago!, o ¡Mira cómo salto!, suelen ser muestra de su frecuente reclamo de atención y de su necesidad de ser mirados con cariño.


A partir de los cinco años, aparecen sentimientos más complejos, impregnados a un tiempo de responsabilidad personal y de respeto a las normas que va percibiendo a su alrededor. Hasta entonces, cuando se le pregunta, por ejemplo, después de un triunfo en un juego o en el deporte, dice que está contento; y si ha hecho algo malo, puede estar asustado por miedo al castigo, pero aún no suelen aparecer sentimientos de orgullo, culpa o vergüenza.



Entre los seis y siete años, sí empieza a referirse a esos sentimientos, sobre todo si los padres han sido testigos de la acción, pues el niño a esa edad aún atribuye en gran parte esos sentimientos a la reacción que ve reflejada en sus padres. La alegría y la tristeza que hasta entonces había experimentado eran sentimientos bastante simples, pero el orgullo, la vergüenza o la culpa son más complejos, y por eso tardan en llegar al corazón del niño.


Alrededor de los siete u ocho años, comienza a sentirse orgulloso o avergonzado de sí mismo, haya o no testigos de lo que ha hecho. Una dualidad irremediable se instala en su conciencia. Se convierte en sujeto moral, adquiere lo que tradicionalmente se ha llamado uso de razón. La vida se le va a complicar un poco (por fortuna, pues son las inestimables consecuencias de la reflexión y de la libertad). Durante toda esta etapa cobra fuerza con gran viveza otro sentimiento importante para su educación: la satisfacción ante el elogio o ante las muestras de aprobación de aquellos a quienes él aprecia. Se trata de un sentimiento que no tiene por qué ser negativo, pues responde también a una positiva satisfacción por haber complacido a las personas que quiere.



Sensibilidad ante los valores


«El abuelo se había hecho muy viejo. Sus piernas flaqueaban, veía y oía cada vez menos, babeaba y tenía serias dificultades para tragar. »


En una ocasión –prosigue la escena de aquella novela de Tolstoi– cuando su hijo y su nuera le servían la cena, al abuelo se le cayó el plato y se hizo añicos en el suelo. La nuera comenzó a quejarse de la torpeza de su suegro, diciendo que lo rompía todo, y que a partir de aquel día le darían de comer en una palangana de plástico. El anciano suspiraba asustado, sin atreverse a decir nada.


»Un rato después, vieron al hijo pequeño manipulando en el armario. Movido por la curiosidad, su padre le preguntó: “¿Qué haces, hijo?” El chico, sin levantar la cabeza, repuso: “Estoy preparando una palangana para daros de comer a mamá y a ti cuando seáis viejos.”


»El marido y su esposa se miraron y se sintieron tan avergonzados que empezaron a llorar. Pidieron perdón al abuelo y a su hijo, y las cosas cambiaron radicalmente a partir de aquel día. Su hijo pequeño les había dado una severa lección de sensibilidad y de buen corazón.»



En todo niño puede observarse cómo, incluso junto a defectos a veces notables, se desarrolla una sensibilidad especial ante determinados valores, en muchos casos de modo aleccionador para los adultos (podría hablarse aquí de cómo la convivencia con personas jóvenes educa también a los mayores). Son como destellos que van surgiendo desde edades tempranas, y que después, en la adolescencia, adquirirán una viveza mucho mayor, y cristalizarán en un horizonte personal de valores e ideales.


—¿Y cómo se configuran esos valores e ideales?



Aparecen de modo natural en la historia de cada persona, con mayor o menor frecuencia e intensidad. Son luces que surgen en nuestro interior y que, poco a poco o de modo fulminante, cobran relieve en nuestro aprecio, se destacan entre otros valores o ideales posibles, y hacen que los percibamos como más entrañables, más propios, más personales.


—Dices que surgen de modo natural, pero en unas personas son mucho más nobles y elevados que en otras?



Depende de la respuesta que cada uno demos a los valores e ideales que se nos presentan. Si se acogen con buena disposición, serán cada vez más nobles, más precisos, más propios, más cercanos.

Es algo que va madurando en nosotros, y que con el tiempo se nos muestra como algo que debe definirnos y diferenciarnos, que da sentido a nuestra vida, a todo lo que hacemos.



Y experimentamos esos ideales como algo a lo que estamos llamados. Como algo que, aunque ciertamente esté sujeto a nuestra decisión, es casi más recibido que elegido. Como algo que necesita ser reconocido y asumido, que a la vez atrae y exige, que a un tiempo nos compromete y nos llena.

Una ayuda a tiempo


«Cuando yo era niño, no tenía amigos. No tenía nadie a quien confiarme, salvo el cielo abierto de los campos, el viento, y, de noche, la soledad y el silencio de mi habitación. La soledad y la desesperación actuaban en mi interior, como dos fuelles que soplaban sin detenerse.

»Ahora sé –continuaba Walter, protagonista de la novela Anima mundi– que habría sido suficiente una persona, tan sólo una, para que mi destino hubiese sido muy otro. Habría bastado una mirada, el vislumbre de una comprensión, alguien con un cincel en la mano que rompiera el molde calizo en el que yo estaba encerrado.»

Esta desgarrada reflexión de aquel chico puede servirnos para subrayar la importancia de la educación afectiva en la infancia y la adolescencia.

Durante los primeros años de vida, el desarrollo del niño alcanza en todos sus ámbitos un ritmo que jamás volverá a repetirse. En ese periodo clave, todo el aprendizaje, y especialmente el aprendizaje emocional, tiene lugar más rápidamente que nunca. Por esa razón, las deficiencias emocionales que se producen durante la infancia dificultan especialmente el desarrollo afectivo y merman seriamente sus futuras capacidades. Y aunque es cierto que todo eso puede remediarse en parte después, es indudable que el impacto del aprendizaje temprano resulta muy profundo.

Las lecciones emocionales aprendidas en los primeros años de vida son extraordinariamente importantes.

Un niño con dificultades para centrar la atención, o un niño que es triste y susceptible en vez de alegre y confiado, o que es agresivo y ansioso en vez sereno y descomplicado, será siempre un niño que, a igualdad de otras circunstancias, tendrá en el futuro muchas menos posibilidades de sacar partido a las oportunidades que la vida le vaya presentando.

Por eso, quienes han pasado una infancia rodeada de cariño –aun con dificultades y sufrimientos–, tienen más facilidad para interpretar las cosas de modo positivo y gratificante, para confiar en los demás, para sentirse seguros y dignos de aprecio. Por el contrario, los niños privados de cariño tienden a ser inseguros y susceptibles, a percibir con desconfianza las relaciones personales y a sentirse insatisfechos.

Si caemos en la cuenta de la gran influencia que esos primeros aprendizajes emocionales –positivos o negativos– tienen en el modelado del estilo sentimental (y, como consecuencia, en el resultado global de la vida), no desaprovecharemos tantas ocasiones como se presentan cada día para educarlos.


tomado de:


miércoles, 4 de marzo de 2009

El papel de la familia en la Educación.



Autora:
Mari Paz Quintero Fernández

Educación Infantil.


A lo largo de estas líneas, vamos a conocer a esa otra parte fundamental del niño, parte que lo compone y conforma, que lo educa y dirige, la familia, definida básicamente como el conjunto de personas de una misma casa, especialmente, el padre, la madre y los hijos.


La socialización es el proceso mediante el cual, el individuo es absorbido por la cultura de una sociedad, aprendiendo las normas, valores... que priman en ella. Es un proceso que se da durante toda la vida, pero que se desarrolla especialmente en los primeros años.


Las tareas básicas de este proceso socializador podemos resumirlas en: aculturización (aprendizaje de pautas elementales de comportamiento), aprendizaje de roles, control de impulsos (de acuerdo con los valores establecidos), formación del autoconcepto y autoestima (en función de lo que los demás piensan)...


Pues bien, la familia es considerada como la primera y más importante institución socializadora. No es el único agente socializador, pero sí el más importante ya que es el primer agente, el que sirve de referencia al niño, se da una importante continuidad en dicha acción, además es el referente con mayor potencialidad afectiva en la vida del niño.


Los mecanismos que la familia emplea en dicho proceso socializador son:


- Sistema de Interacción: el niño incorpora valores, normas, sentimientos... a través de la interacción que realiza con la familia, conociendo las expectativas de sus distintos miembros.


- Relaciones Afectivas: en las que aparecerán conflictos (celos, envidias, frustraciones...) y cuyo modo de resolverlos ayudarán a la socialización.


- Modelo: la familia actúa como modelo, especialmente los padres, y el niño va incorporando a su personalidad aquellas pautas y conductas que percibe en los demás, principalmente en los más cercanos.


- Recompensas y Castigos: por medio de los cuales también se conforma el comportamiento de los hijos.


- Definición de situaciones y estatus sociales: por ejemplo en el contenido de un regalo (una muñeca) se suele subrayar una situación o estatus social (feminidad).


- Filtro: ya que es la familia quien decide cuándo se incorpora al sistema escolar, el tipo de escuela a la que asistirá, los programas de T.V. que verá...


Por otro lado, a la hora de aplicar estos mecanismos, la familia se puede encontrar con un dilema respecto al sistema de valores que predomina en la sociedad y los valores propios de su generación.


Para enfrentarse a dicho dilema, existen tres formas posibles de respuesta:


1) Absentismo educativo: cuando los padres se sienten impotentes ante los nuevos cambios sociales.


2) Pseudomodernización: cuando sin alterar sus propios valores, siguen torpemente las modas.


3) Convertirse realmente: cuando se aceptan los nuevos valores.


Es interesante destacar también el papel diferenciado que tanto el padre como la madre ejercen en la socialización del niño y la niña.



Ambos son igual de competentes para encargarse del cuidado de los hijos, pero los distintos estudios realizados demuestran que cada miembro asume, normalmente, el rol estereotipado que la sociedad le asigna por el hecho de ser hombre o mujer, aspecto en el que también influye: la familia respectiva, los compañeros, los medios de comunicación...


Además, el sexo de los hijos, también va a influir en el modo en que los padres interaccionen con ellos. De este modo, el padre: estimula más a los varones, jugando con él de forma más física y estimulante, permitiéndole una mayor exploración... En cambio, la madre: estimula más a las niñas, utilizando juegos didácticos y verbales, fomentando menos su autonomía...


Otras características o circunstancias familiares que influyen en la socialización de los hijos son:


a) Vivir en un ambiente rural o urbano: hecho muy influyente en aspectos como el estrés, la agresividad... que se da hoy día.


b) Ambiente socioeconómico y sociocultural: dándose importantes diferencias respecto a la autoridad que se ejerza, al código lingüístico que se utilice, a los hábitos que se inculquen...


c) Desestructuración familiar: cuando se dan situaciones de abandono, padres alcohólicos, maltrato..., donde los hijos son las víctimas inocentes de dichas situaciones, pudiendo desencadenar en problemas posteriores como la delincuencia juvenil.


d) Tipo de familia y número de hermanos: actualmente se da la llamada familia "nuclear", compuesta principalmente por los padres y uno o dos hijos, muy distinta de la conocida por familia "tradicional", en la que se incluían los abuelos, quienes aportaban otros modelos de comportamiento, de valores y experiencias en la socialización de los niños. Por otro lado, la relación con los hermanos, provocará inevitablemente conflictos que según se resuelvan, incidirán de forma clara en la socialización de los niños.


e) Tipo de Autoridad de los padres: pudiendo ser autoritarismo (exigencia de obediencia, escaso nivel de afecto...), permisividad (exigencia escasa, problemas de control de impulsos...) y democracia (altos niveles de comunicación y afecto, madurez, independencia...), siendo esta última la más aconsejable. No obstante es muy complicado encuadrar a todas las familias en un único grupo, pues dependiendo de la situación, del momento... se actuará de una u otra forma.


f) Otras características familiares: trabajo de los padres, nivel de estudios, tipo de vivienda...
Todas estas características o circunstancias familiares actúan interrelacionadas entre sí influyendo de forma fundamental en el proceso socializador de los niños.


En la actualidad, tal y como se recoge en el D.107/92, la educación de los más pequeños necesita, además de la familia, la colaboración de las instituciones educativas. Esto se debe a los cambios que se han venido produciendo en la familia, tal y como señala Fernández Enguita. Dichas transformaciones se han producido por varios motivos como:


♣ Cambios en las demandas del mundo laboral: pasando de un trabajo artesanal y campesino a un trabajo industrial y capitalista. En el trabajo campesino, la familia era agente socializador suficiente, en cambio, en el trabajo industrial ya resulta insuficiente puesto que no responde a todas las exigencias del mundo laboral, por lo que se hace necesaria la asistencia del niño a la escuela, donde se le enseña lo demandado por el trabajo industrial-capitalista (orden, autoridad, disciplina, horarios...), además de conocimientos.


♣ Cambios en las condiciones familiares: dándose la afluente incorporación de la mujer al mundo educativo y laboral (aunque todavía, hoy día, sin igualdad de oportunidades), además del cambio en el tipo de familia, pasando del modelo "tradicional" al "nuclear", lo que hace necesario que se busquen relaciones a otros niveles, como por ejemplo, la escuela.


♣ Cambios a nivel social: donde actualmente se exige una mayor preparación técnica y cultural, que la familia no puede atender en su totalidad, como por ejemplo la explosión informática de nuestros tiempos, donde generalmente son los hijos quienes introducen a los padres en las Nuevas Tecnologías.


Las ideas y expectativas de los padres sobre la educación de sus hijos van a incidir directamente en dicha educación.


Estas ideas y expectativas variarán según el tipo de familia, estando en estrecha relación con las diferencias culturales, pudiéndose distinguir tres tipos de familias:


♦ Familias Tradicionales: creen que los niños nacen con una serie de características difíciles de alterar mediante la educación (nivel cultural bajo).


♦ Familias Modernas: se atribuyen un alto poder para influir en el desarrollo de sus hijos, fomentan su autonomía... (nivel cultural alto).


♦ Familias Paradójicas: en ellas coexisten elementos de las dos anteriores, suelen ser las más numerosas (nivel cultural medio).


Estas ideas y expectativas están en estrecha relación con la forma en que actúan, por lo tanto si queremos cambiar su forma de actuación en determinados aspectos, necesitaremos cambiar previamente sus ideas y expectativas.



Lo que el docente siempre ha de tener claro es que las familias influyen y modifican la cultura escolar, por lo que habrá que conocer dichas ideas y expectativas para actuar de forma conjunta y coordinada, procurando los mismos fines, en los distintos ámbitos en los que se mueve el niño, atendiendo de forma especial los entornos menos estimulantes, para compensar posibles desigualdades.


En la legislación actual se recoge la necesidad de establecer relaciones satisfactorias entre la familia y la escuela, para facilitar la creación de los nuevos vínculos afectivos.


La escuela, organizará para ello una serie de actuaciones, que permita una comunicación rica y fluida:



Entrevista Inicial:


-Es el primer contacto, tras la confirmación de la plaza escolar.
-Realizaremos una serie de preguntas, sobre las que iremos tomando nota, respecto a la salud, los hábitos, las relaciones que establece... ¿Es alérgico a algo? ¿Controla esfínteres? ¿Con quién juega?
-Atenderemos a una serie de características como: será distendida, mostraremos interés por el niño, no invadiremos el ámbito privado...

Primera Reunión de Padres:


-Se realizará antes del comienzo de las clases.
-Reflexionaremos sobre el Período de Adaptación y sobre el curso en general.
-Solicitaremos su colaboración en la realización de diversas tareas: salidas, talleres, actividades complementarias y extraescolares...
-Realizaremos recomendaciones sobre el desayuno, la ropa más adecuada...
-Repartiremos los horarios de clase y tutorías...

Encuentros y colaboración habitual:

a) Encuentros e informaciones diarias:


Consolidan las relaciones con las familias y se producen normalmente en el momento de la entrada y la salida. Principalmente se utilizará la conversación, aunque también podremos optar por las libretas individuales, diario de a bordo...


b) Tutorías con los padres:


Podrán acudir libremente cuando crean conveniente, pero también es aconsejable que nos reunamos sin que exista un problema de por medio, sino simplemente por conversar sobre la evolución del niño/a, los logros que va consiguiendo... procurando resaltar lo positivo. Procuraremos ofrecer un espacio acogedor, mostrando una actitud de escucha y de respeto...


c) Circulares, notas informativas, carteles o murales:


Es importante que nos aseguremos que son entendidas por los padres, y se referirán a reuniones de la A.M.P.A., novedades que se produzcan en el centro, aviso de próximas salidas, horarios de recogida de los boletines de evaluación...


d) Participación directa de las familias en las actividades del centro:


Pudiendo participar en actividades como: talleres, actividades complementarias y extraescolares, cooperativas de material, escuelas de padres (donde se traten temas como: coeducación, celos, televisión...) y participación directa en el aula (leyendo un cuento, mostrándonos su profesión...).



Conclusión:


La familia, por tanto, será un elemento fundamental ha tener en cuenta en relación con la educación de los pequeños, donde el docente procurará la relación continua con ella, atendiendo al día a día que se desarrolla en el aula.


Documento tomado de:


¿Qué papel tiene la familia en el desarrollo Emocional?


El ser humano necesita establecer vínculos afectivos con otras personas, ya que el aprendizaje comienza precisamente ahí, con la presencia y proximidad física

La mayor parte de los modelos de conducta se aprenden, sobre todo de los padres y las personas que rodean al niño. Para conseguir que el niño desarrolle su competencia emocional será, por lo tanto, imprescindible que los padres cuenten con la suficiente información como para poder desarrollarla en sí mismos y hacer que los niños también la aprendan y desarrollen. Si los padres son maduros e inteligentes emocionalmente y van aceptando progresivamente las cualidades tan positivas que tiene su hijo, éste recibirá mensajes positivos que le permitirán entender las consecuencias de sus conductas y por qué estas son o no favorables. La educación emocional empezará, de hecho, desde el hogar.

Los niños se irán formando en la madurez emocional a medida que los adultos les enseñen y practiquen con ellos. Son aspectos claves en este camino el hecho de manifestarles confianza, ser sinceros sobre lo que se les dice o evitar el control excesivo, a la vez que saber ponernos en su lugar para saber cómo se sienten, alentarles a decir lo que les gusta o desagrada y animarles a iniciar conversaciones y juegos con otros niños.Los padres deben tener siempre presente que los niños aprenden poco a poco y que ellos son la principal fuente de información; es allí donde radica la importancia de formar y educar para poder adquirir una mejor madurez emocional; habilidades que no sólo les servirán para desenvolverse en la escuela y tener amigos, sino para toda la vida.

Los niños van avanzando desde la primera infancia, donde están más centrados en sí mismos, a ser cada vez más sociables, les encantan cada vez más los juegos colectivos y disfrutan de las relaciones sociales, pero este desarrollo radica en un buen aprendizaje. En el primer año de vida lo importante será prestar una gran atención a sus señales (su contacto visual, la sonrisa, las expresiones faciales, el llanto, sus movimientos...) y “escuchar” sus demandas, aunque las digan sin palabras. Los niños con síndrome de Down requieren un gran esfuerzo para interpretar correctamente las emociones y expresarlas de forma clara. Por esta razón, desde el comienzo de la vida, es importante que los adultos se fijen en las señales que muestran para proporcionarles una respuesta clara y les animen a expresar sus sentimientos mediante la mirada y los gestos corporales en un comienzo.
Según Vargas y Polaino-Lorente (2001) el ser humano necesita establecer vínculos afectivos con otras personas, ya que el aprendizaje comienza precisamente ahí, con la presencia y proximidad física, el contacto, el calor y la caricia de las figuras de apego. Sólo a partir de dicha vinculación el niño desarrollará la conducta exploratoria, la imitación y la identificación, que serán las principales fuentes de su aprendizaje. En definitiva, las primeras experiencias tienen una gran repercusión en el futuro desarrollo emocional, cognitivo y social del niño.Cuando el niño va creciendo los padres pueden en ocasiones brindarle una ayuda excesiva anticipando sus necesidades, intuyendo lo que éste necesita emocionalmente, sin que llegue siquiera a expresarlo de una u otra forma. Será, por lo tanto, un objetivo a tener en cuenta el hecho de “no darle todo hecho”, sino facilitar momentos de calma donde el niño pueda ir expresando lo que quiere, que se sienta respetado para ir siendo cada vez más autónomo y consiguiendo metas por sí mismo.Para desarrollar la Inteligencia Emocional, ¿qué habrá que tener en cuenta? En las emociones hay distintos componentes que se mezclan y relacionan entre sí y que hacen de ellas una de las grandes cualidades del ser humano.
Cuando una persona se “emociona”, esto puede advertirse en varios aspectos:
Sus conductas: ante una emoción realizamos gestos faciales, decimos algo o nos movemos de un lado a otro. Estas expresiones pueden verlas los demás y, por lo tanto, nos comunicamos también por medio de ellas. Si los niños aprenden a reconocer estas señales será un gran paso para saber etiquetar emociones, ponerles nombre. Sin embargo, en multitud de ocasiones los sentimientos no suelen expresarse verbalmente, sino a través del tono de voz, los gestos, miradas, etc. La clave para reconocer las emociones reside también en la destreza para interpretar el lenguaje corporal, habrá que hacerles prestar una gran atención a estas señales para que aprendan a discriminarlas.
Sus signos corporales: unas u otras emociones inducen respuestas muy distintas en nuestro cuerpo como, por ejemplo, la aceleración del ritmo cardiaco, la sudoración, los movimientos del estómago o la tensión de los músculos. Cuanto mejor conozca el niño lo que le sucede ante cada emoción, mejor sabrá controlarlas y cambiarlas, si es necesario, por otras más adecuadas.
Sus pensamientos: lo que se piensa en cada situación influye notablemente en cómo se resuelva. Si los niños aprenden a sentirse capaces para salir airosos de situaciones que ahora contemplan como difíciles, se sentirán más seguros e intentarán resolverlas, prestando atención a lo que se dicen a sí mismos. Aquí entra también en juego lo que los adultos les decimos sobre lo que pueden hacer, lo que se les da bien y lo que deben intentar explorar. Comentarios como “Lo vas a hacer bien”, “Tu puedes” o “Qué bien te ha salido” son siempre mucho más gratificantes para ellos y les impulsarán a tener un mejor autoconcepto de sí mismos.

DESARROLLO DEL SI MISMO O “YO”



Este desarrollo se implemento gracias a las búsquedas del ser humano por comprenderse, los sicólogos han dividido este en dos campos; el “yo”, o “yo existencial”, y el “mí”, o “yo empírico”. El yo, es la experiencia subjetiva de la existencia, por ejemplo un sentido de la identidad personal. El mi es una comprensión objetiva de las características propias, como por la apariencia física.

El autosistema es una de las clasificaciones del si mismo, que sostiene que el si mismo esta incorporado a un sistema de procesos interrelacionados algunos que lo in fluyen y otros que son influidos por él, estos son:

· AUTOCONOCIMIENTO: Este se desarrolla en el niño a lo largo de la infancia, y esta entrelazado con el desarrollo de otros procesos cognoscitivos y de socialización. Los procesos perceptivos permiten al infante desde las primeras semanas conectar los estímulos sensoriales con su correspondiente respuesta motriz, y asi es como se forma la base para reconocer que pueden interactuar con el mundo que le rodea e influir sobre él. entre los 4 y los 10 meses, los niños se comportan de forma egocéntrica, comprendiendo todo en relación con ellos mismos.


Según Piaget, las autodescripcines de los niños se dividen en tres estadios; el primero lo denomino LA PRIMERA INFANCIA, donde se revela un enfoque objetivo del aquí y el ahora, en el cual se tienen en cuenta las características físicas, posesiones y preferencias. El segundo estadio recibió el nombre de INFANCIA MEDIA; en este se destacan los rasgos de conducta, capacidades y emociones. Y por ultimo esta la ADOLOSCENCIA; donde se refleja lo abstracto e hipotético, y su autodescripcion radica en las actitudes, personalidad, atributos y creencias.

· AUTOEVALUACION: A medida que los niños llegan a comprenderse mejor, también comienzan a evaluar esa información por medio de juicios cognoscitivos (comparándose con los demás). En este aparece la autoestima, o autovaloración, que no solo incluye los juicios cognoscitivos, sino también las relaciones afectivas.
Este es influido por el contexto, las comparaciones sociales y la actuación de los padres.

· AUTORREGULACION: Al igual que los anteriores procesos, esta influido por el contexto y las interacciones establecidas en la sociedad, puesto que en un comienzo se da dependiendo lo que los demás aprueben o desaprueben. La autorregulación es un aspecto esencial del desarrollo humano, ya que si los niños no pueden controlar su propia conducta, estarían subyugados durante toda su existencia ante los empujones de su entorno. Mediante el autocontrol se evidencia que el niño conoce las demandas enmarcadas dentro de la sociedad, se da cuenta de las conductas que se relacionan con esas demandas, y comprende como adaptar sus conductas para cumplir esas demandas (Vaughn, Kopp y Krakow, 1984).


La principal muestra de autorregulación es el control interno, que a lo largo de la infancia se regula la conducta de los niños por ordenes o consecuencias que proceden de los superiores, aunque alguna parte de la conducta llega a realizarse gradualmente bajo las propias ordenes e instrucciones personales del niño, estimuladas algunas veces por castigos o refuerzos.

martes, 3 de marzo de 2009

Sobre la psicología del colegial

Fragmento de “Sobre la psicología del colegial” (1914) de Sigmund Freud

(…)

Como psicoanalista, debo interesarme más por los procesos afectivos que por los intelectuales; más por la vida psíquica inconsciente que por la consciente. La emoción experimentada al encontrarme con mi antiguo profesor del colegio me conmina a una primera confesión: no sé qué nos embargó más y qué fue más importante para nosotros: si la labor con las ciencias que nos exponían o la preocupación con las personalidades de nuestros profesores. En todo caso, con éstos nos unía una corriente subterránea jamás interrumpida, y en muchos de nosotros el camino a la ciencia sólo pudo pasar por las personas de los profesores: muchos quedaron detenidos en este camino y a unos pocos -¿por qué no confesarlo?- se les cerró así para siempre. Los cortejábamos o nos apartábamos de ellos; imaginábamos su probablemente inexistente simpatía o antipatía; estudiábamos sus caracteres y formábamos o deformábamos los nuestros, tomándolos como modelos. Despertaban nuestras más potentes rebeliones y nos obligaban a un sometimiento completo; atisbábamos sus más pequeñas debilidades y estábamos orgullosos de sus virtudes, de su sapiencia y su justicia. En el fondo, los amábamos entrañablemente cuando nos daban el menor motivo para ello; mas no sé si todos nuestros maestros lo advirtieron. Pero no es posible negar que teníamos una particularísima animosidad contra ellos, que bien puede haber sido incómoda para los afectados. Desde un principio tendíamos por igual al amor y al odio, a la crítica y a la veneración. El psicoanálisis llama «ambivalente» a esta propensión por las actitudes antagónicas; tampoco se ve en aprietos al tratar de demostrar el origen de semejante ambivalencia afectiva.

En efecto, nos ha enseñado que las actitudes afectivas frente a otras personas, actitudes tan importantes para la conducta ulterior del individuo, quedan establecidas en una época increíblemente temprana. Ya en los primeros seis años de la infancia el pequeño ser humano ha fijado de una vez por todas la forma y el tono afectivo de sus relaciones con los individuos del sexo propio y del opuesto; a partir de ese momento podrá desarrollarlas y orientarlas en distintos sentidos, pero ya no logrará abandonarlas. Las personas a las cuales se ha fijado de tal manera son sus padres y sus hermanos. Todos los hombres que haya de conocer posteriormente serán, para él, personajes sustitutivos de estos primeros objetos afectivos (quizá, junto a los padres, también los personajes educadores), y los ordenará en series que parten, todas, de las denominadas imágenes del padre, de la madre, de los hermanos, etc. Estas relaciones ulteriores asumen, pues, una especie de herencia afectiva, tropiezan con simpatías y antipatías en cuya producción escasamente han participado; todas las amistades y vinculaciones amorosas ulteriores son seleccionadas sobre la base de las huellas mnemónicas que cada uno de aquellos modelos primitivos haya dejado.

Pero de todas las imágenes de la infancia, por lo general extinguidas ya en la memoria, ninguna tiene para el adolescente y para el hombre mayor importancia que la del padre. El imperio de lo orgánico ha impuesto a esta relación con el padre una ambivalencia afectiva cuya manifestación más impresionante quizá sea el mito griego del rey Edipo. El niño pequeño se ve obligado a amar y admirar a su padre, pues éste le parece el más fuerte, bondadoso y sabio de todos los seres; la propia figura de Dios no es sino una exaltación de esta imago paterna, tal como se da en la más precoz vida psíquica infantil. Pero muy pronto se manifiesta el cariz opuesto de tal relación afectiva. El padre también es identificado como el todopoderoso perturbador de la propia vida instintiva; se convierte en el modelo que no sólo se querría imitar, sino también destruir para ocupar su propia plaza. Las tendencias cariñosas y hostiles contra el padre subsisten juntas, muchas veces durante toda la vida, sin que la una logre superar a la otra. En esta simultaneidad de las antítesis reside la esencia de lo que denominamos «ambivalencia afectiva». En la segunda mitad de la infancia se prepara un cambio de esta relación con el padre, cambio cuya magnitud no es posible exagerar. El niño comienza a salir de su cuarto de juegos para contemplar el mundo real que lo rodea, y debe descubrir entonces cosas que minan la primitiva exaltación del padre y que facilitan el abandono de este primer personaje ideal. Comprueba que el padre ya no es el más poderoso, el más sabio y el más acaudalado de los seres; comienza a dejar de estar conforme con él; aprende a criticarle y a situarle en la escala social, y suele hacerle pagar muy cara la decepción que le produjera. Todas las esperanzas que ofrece la nueva generación -pero también todo lo condenable que presenta- se originan en este apartamiento del padre.

En esta fase evolutiva del joven hombre acaece su encuentro con los maestros. Comprenderemos ahora la actitud que adoptamos ante nuestros profesores del colegio. Estos hombres, que ni siquiera eran todos padres de familia, se convirtieron para nosotros en sustitutos del padre. También es ésta la causa de que, por más jóvenes que fuesen, nos parecieran tan maduros, tan remotamente adultos. Nosotros les transferíamos el respeto y la veneración ante el omnisapiente padre de nuestros años infantiles, de manera que caíamos en tratarlos como a nuestros propios padres. Les ofrecíamos la ambivalencia que adquiriéramos en la vida familiar, y con ayuda de esta actitud luchábamos con ellos como habíamos luchado con nuestros padres carnales. Nuestra conducta frente a nuestros maestros no podría ser comprendida, ni tampoco justificada, sin considerar los años de la infancia y el hogar paterno.

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Video sobre el desarrollo infantil